Dos soledades interpela el aislamiento contemporáneo desde el aprendizaje de la espera. Las figuras del francotirador y del monje copista dialogan a través de la observación detenida; distintas formas de aplacar la ansiedad. El francotirador apunta, sin despegar el ojo de su objetivo, encerrado en una porción minúscula de la ciudad, «la luz de un cigarro encendido se desplaza por las habitaciones: punto de mira o láser». Mientras el copista, en una relación problemática con lo sagrado, conjuga amor platónico y reflexiones sobre la grafía: «La curvatura de la letra / la columna arqueada de un gato engrifado». Ambas experiencias, mediante la imaginación, se aproximan al oficio de la escritura.