Las vacaciones son sinónimo de tardes de juegos, visitas a la casa de la abuela, compartir con los primos, conversar hasta tarde. Pero, para Pablo, parecía que nada iba a ser así. Repetir de curso, estudiar en el verano y tener un hermano que se lo recordara en todo momento hacía pensar que se transformarían en una pesadilla. Todo marchó como estaba planeado, hasta que, una tarde, su padre decide llevarlo con su hermano y primo a conocer el Huáscar y pudo ser testigo del brutal desenlace que se vivió el 21 de mayo de 1879. Aquel que los años han inmortalizado, pero que también, han idealizado, olvidando el sacrificio real de aquellos hombres y niños, obviando el sufrimiento provocado por la guerra.