Leer a la Mistral –releerla sin descanso– es palpar la experiencia de una tierra y rozar el halo y el hálito de la poesía. En la suya se congregan los materiales más fuertes del espíritu: la utopía, la tragedia, lo profético. Utopía de lo que no fue, esa ronda fantasmal en el vacío; tragedias de ella misma y de su época; la profecía histórica de desposesión de su propia comunidad. Tala, desolación, un sórdido lagar son la substancia doliente de su poema de Chile.