El cuestionamiento a la institución historiadora que se adivina en la práctica de la historiografía postmoderna, entendida esta como práctica deconstructiva, es decir, como práctica parasitaria y suplementaria al saber disciplinar, no tiene otra finalidad que la de desmontar las estructuras de poder que organizan los dispositivos de enunciación y de representación de la Historia. Estos dispositivos no están fundados únicamente en relaciones de poder ejercidas con brutalidad o refinamiento, sino que, en tanto «aparatos de saber», organizan además su eficacia a partir de cierta ceguera sobre los propios efectos performativos de la representación historiadora. Esta afirmación obliga a leer a Foucault junto con Derrida.
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