La edad de los árboles es un relato furibundo y desencantado de una generación que le tocó inhalar la toxicidad de los tiempos que corren, elemento que le otorga a la novela un espesor psicológico y una densidad existencial genuina, provocativa, pero no menos compleja y desafiante. Leerla es leer a una realidad social deshumanizada, de una generación joven postdictadura, que no está alineada con ninguna utopía. Los protagonistas parecen consumirse invariablemente en el letargo, en la intrascendencia, en la cocaína, en el suicidio, en la apatía aberrante y en la vaciedad ontológica del ser.
Sin embargo y contra todo pronóstico, la música lava las heridas. La música parece ser el puente colgante que une las orillas solitarias y hace más llevadera la intrascendencia de los días, en un Chile ultramoderno atravesado por el hiperconsumo.