Ladridos retrata a una serie de perros que pululan por las costas de Con-Cón o por otros valles, como metáfora simple de los humanos que representan o se convierten en sus amos. Estos retratos parecen ser captados al pasar, con una máquina Polaroid, por la precisión de sus líneas y la claridad del dibujo: Soy el perro del ciego del pueblo./ Mi amo es pobre como una rata con hanta./ Recorrimos juntos todos los días/ la calle Nueva York, la siete y otra/ donde está el único Banco/ para recoger las limosnas/ que le dan («Boby»)
Ubicados los cuadros uno a uno, como en una galería, el montaje tiende a convertirlos en fotogramas. No se trata de textos aislados donde cada poema cumple un rol y se resuelve en si mismo. Más bien el movimiento y las acciones de sus personajes convierten el texto en una novela donde cada uno de ellos aporta su confesión para construir el motivo.